El Quijote, deshacedor de entuertos
"y yo, que nací en el mundo para deshacer semejantes agravios, no consentiré que un solo paso adelante pase sin darle la deseada libertad que merece". El Quijote cap. LII
La lectura de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, el libro más localista del mundo y, al mismo tiempo, el más universal ha provocado una fuente generosa de interpretaciones y reflexiones del manchego hidalgo, cuyas solitarias lecturas de libros de caballería lo transforman en un imaginario y extemporáneo caballero andante para quien esa literatura es fuente obligada de inspiración, puesto que a partir de ella interpreta el mundo y lo impulsa a llevar a cabo sus épicos dislates, sus "hazañas", y sobre todo su ideal noble y elevado el de "deshacer entuertos y castigar agravios" y de paso conquistar el amor de su Dulcinea.
Aunque esta claro que el personaje es un loco, que cree en lo maravilloso, lo que sólo existe en palabras, que su locura es estrictamente literaria, que es un loco amigable, pero al fin de cuentas loco, en el caballero de la triste figura se ve al hombre idealista que sale al mundo lanza en ristre, luchando por la justicia, por la verdad, tratando de defender al débil ultrajado, al pobre desvalido, de igual manera hay una gran diferencia de fondo y de principio entre los libros de caballería y don Quijote, mientras que en los primeros el ideal que persiguen es vago y abstracto, la profesión de la fe y del ideal que estriba en "deshacer agravios y enderezar entuertos", así como "enmendar sin razones, mejorar abuso y satisfacer deudas", se convierte en don Quijote en una declaración de principios que se enaltece en una noble misión de su entorno social, es decir, establecer el reino de la justicia y del bien en su patria. Desafortunadamente don Quijote hace justicia de una manera inocente, su legítimo orgullo, muy frecuentemente traicionado por su condición física hace que no tome las medidas más elementales para que su fallo se cumpla; en su primera aventura dice: "Yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el deshacedor de agravios y sin razones" (cap. IV, pág 51).1 Él administra justicia de manera tan inútil que se hace contraproducente y por ejemplo, Andrés termina sufriendo aún más gracias al inepto aunque bien intencionado juez don Quijote, que ha creído que Juan Haldudo era un caballero como él e iba por lo tanto a ser fiel a su juramento, "Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo, como aquel deshacedor de agravios me dejó mandado" (cap. IV, pág 51). Mientras que don Quijote se retira pensando: "…como todo el mundo sabe, ayer recibió la orden de caballería y hoy ha desfecho el mayor agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad". (cap. IV, pág. 52)
Cuando uno toma el libro y lo empieza a leer, y de la misma forma que don Quijote no puede dejar de leer sus historias de caballería, el lector se va adentrando en los capítulos, donde surge una pregunta inevitable: ¿qué incita a un hombre a cambiar su vida tal vez aburrida, pero sí plácida, por una vida azarosa y aventurera? Queda claro que él está convencido de ser un fiel adalid de las enseñanzas aprendidas en los libros que leyó que le han nublan el sentido, interpretando el mundo a su manera, y montándose en una "realidad" que sólo él ve, si bien se ve secundado en su locura en ciertos momentos, por Sancho Panza, que como fiel escudero leal a su señor verá maltrecho su cuerpo en numerosas ocasiones pero orgulloso de servir a un hombre íntegro, honesto y bueno como su señor, la respuesta a la pregunta sería que don Quijote sólo busca cumplir con su vocación, que es la de restaurar la justicia, el ayudar a que una nueva Edad de Oro regrese, donde nadie atente contra la honestidad de las doncellas, contra las viudas y socorrer a los huérfanos y menesterosos. Don Quijote está en cuerpo y alma entregado a su ideal, y para servir a este ideal, está dispuesto a sufrir todas las posibles penurias, incluso a sacrificar su vida. Su fe en el ideal es inquebrantable y sin reservas. Se contenta con poco, aunque desea mucho para otros. Así se ve recorriendo montes y los valles, satisfaciendo su hambre con una cuantas bellotas u otros frutos de la naturaleza, vestido pobre y escasamente.
Vocación es sentirse, oírse internamente, el ser llamado a la misión. No oírse nombrado a ella por otros.2 Dice el narrador de la historia: "En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco 3 en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para servicio de su república, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama" (cap. I, págs. 30-31). Y es así que con el ideal de justicia y equidad de la caballería medieval: "agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer" (Cap. II, pág. 34) sale don Quijote de su aldea por la puerta del corral de su casa una calurosa mañana de julio, sin que nadie se dé cuenta, y emprende su vagabundeo a caballo. Va sin rumbo fijo, como los caballeros andantes de las novelas, y hablando consigo mismo; soñando con su gloria venidera y con el historiador que algún día escribirá sus aventuras.
Don Quijote lleva dentro de sí, en todo momento, su utopía, es la utopía porque en su falta de discriminación entre la realidad y la fantasía, entre los rebaños y los ejércitos o los galeotes y los honrados, al no saber, o no importarle, que los molinos muelen granos y que los gigantes, según las ideas medievales suelen ser seres aviesos y peligrosos, enemigos del género humano, no hay línea alguna de demarcación: el suyo no es sino un universo interior, un ensueño como cualquier utopía, por eso, es intrépido, nada le asusta, su fe le guía, su amor le acompaña, sus actos son nobles y elevados.
Ahora bien, para los romanos la Maiestas (Majestad) imponía el derecho a los recalcitrantes y aplicaba la clemencia a los que sometían. La Maiestas es como una fórmula concentrada, para explicar la caída de la República y del Senado y la erección del Imperio. La Maiestas se convirtió en hábito social del ciudadano romano imperial y, sobre todo, en la virtud específica del César, el cual, enérgico y demente a la par, había de conducir con su puño y con su corazón la impartición de la justicia y de la misericordia en su imperio, dichas cualidades siempre han sido consideradas como atributos de la divinidad. Por eso, el ejercicio inminente y político de la Maiestas califica y explica el carácter divino del César. Y como bien dice Guillermo Casalini "el hidalgo manchego, sale armado de toda su majestad de un César romano a hacer prevalecer la justicia en el mundo y a batallar por el más alto ideal posible de un español, la gloria de España. don Quijote sale llevando en el alma su 'maiesta cesarea' y su locura 'maiestática.'"4
Esta Maiestas quedó plasmada en la poesía, y como lo deja ver en su obra, Cervantes indudablemente fue un admirador de los clásicos, ya que en el diálogo que tienen el canónigo y el cura, el segundo dice: "y por esta causa son más dignos de reprehensión los que hasta aquí han compuesto semejantes libros, sin tener advertencia a ningún buen discurso ni al arte y reglas por donde pudieran guiarse y hacerse famosos en prosa, como lo son en verso los dos príncipes de la poesía griega y latina" (cap. XLVIII, pág. 493), donde evidentemente se refiere a Homero y Virgilio, por eso, no es de extrañar que la frase "deshacer entuertos y vengar agravios" sea una paráfrasis del verso 864 del canto VI, de la Eneida de Virgilio, donde aparece la siguiente fórmula "parcere subjetics et debellare superbos", que se traduce como: "perdonar a los sumisos y abatir soberbios", que constituye en todo rigor el motivo que empuja a salir a don Quijote por los caminos manchegos al igual que lo haría un César a imponer el orden y la justicia.
Una vez recibida la investidura de caballero por el ventero, don Quijote sale al mundo a entonar incansable y monótonamente el verso de Virgilio, que como se ha visto tiene su eco en el sentido de la Maiestas romanas que pasó a la Edad Media y a la Caballería. A veces, lo traduce literalmente, tanto que no hay más remedio que postular una fatiga de traslación sobre el texto mismo del poeta, otras veces, Cervantes modifica el verso, en variadas formas, por ejemplo, lo aborda desde el punto de vista picaresco por el ventero que enmarca con su persona y su posada diciendo: "había ejercitado la ligereza de sus pies, y sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos y, finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España" (Cap. III, pág. 42). Otras veces lo dice de manera invertida en boca de Sancho Panza: "¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes!" (cap. LII, pág. 526) refiriéndose desde luego a don Quijote, y de una manera totalmente burlesca en la aventura de los encamisados: "Y quiero que sepa vuestra reverencia que yo soy un caballero de la Mancha llamado don Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando tuertos y deshaciendo agravios". Y le contestan "No sé cómo pueda ser eso de enderezar tuertos —dijo el bachiller—, pues a mí de derecho me habéis vuelto tuerto, dejándome una pierna quebrada, la cual no se verá derecha en todos los días de su vida; y el agravio que me habéis deshecho ha sido dejarme agraviado de manera que me quedaré agraviado para siempre; y harta desventura ha sido topar con vos que vais buscando aventuras" (cap. XIX, pág. 170).
Pero lo cierto, es que don Quijote cumple fiel y consecuentemente con la máxima "parcere subjetics et debellare superbos" así como, con su misión esencial de restablecer el bien en su patria, ya que en ninguna de las escenas se dirige contra los humildes y pobres, sino contra los poderosos y pudientes y sus representantes, o contra las fuerzas oscurantistas, acomete a los mercaderes acomodados, a los opulentos frailes, ataca a los clérigos, embiste al comisario de los galeotes, y a los cuadrilleros de la Santa Hermandad, en época de Cervantes esta Institución estaba corrompida, pues ya no defendía los intereses de las ciudades y villas, sino que era instrumento del poder absolutista del rey, era una especie de policía rural, que tenía asignada la tarea de reprimir todo acto de rebelión contra el sistema social y político por parte del campesinado, combatir los ataques a las tierras y bienes de los grandes terratenientes y de la Iglesia.5 La España de don Quijote hierve de injusticias y atropellos y fue a través del Quijote que Cervantes criticó la descomposición social de su tiempo e incluso es a través de su personaje que hace caso omiso de las leyes y contradice a los soberbios, ya que don Quijote es un deshacedor de entuertos que se entrega con ardor a su misión, sin pensar en la necesaria seguridad jurídica, basta recordar el capítulo de los galeotes.
En este episodio de los esclavos del mar, el caballero de la libertad confronta abiertamente a la autoridad del Rey. La liberación de los doce delincuentes condenados a las galeras reales es la oportunidad de Cervantes para reflexionar sobre este tema, desde luego que en voz del narrador, en el capítulo XXII cuenta Cide Hamete Benengeli "que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro, por los cuello, y todos con esposas a las manos" Sancho le advirtió que era una cadena de galeotes, gente forzada del Rey, que iba a las galeras. "¿Cómo gente forzada? —preguntó don Quijote—. ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?" (pág.199). Lo único que verdaderamente le interesa saber a don Quijote es que los galeotes "van por fuerza y no de su voluntad", con eso le basta para acudir en su auxilio, pues ahí encaja la ejecución de su oficio: "deshacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables". Reflexiona don Quijote: "me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres", por eso conversa con los detenidos e inquiere sobre cada caso. Uno de los comisarios le urge a don Quijote que termine su plática con los prisioneros, pues ya enfada tanto indagar vidas ajenas. Éste le responde colérico y se suscita un incidente que aprovechan los galeotes para huir. Don Quijote le solicita que rindan sus respetos a su hermosa Dulcinea. Ellos contestan con una borrasca de piedras, le roban sus enseres y huyen ante el peligro de que la Santa Hermandad los vuelva a detener. La libertad que dio don Quijote a los galeotes es un verdadero atentado contra la seguridad jurídica y contra la cosa juzgada. Don Quijote se coloca por encima de toda autoridad. Por encima de él sólo reconoce a Dios. Explicando su profesión de caballero a Vivaldo, el pastor, afirma: "Así, que somos ministros de Dios en la tierra y brazos por quien se ejecuta en ellas su justicia" (cap. XIII, pág. 112). Y remata "¿Quién fue el ignorante que firmó mandamiento de prisión contra un tal caballero como yo soy?" (cap. XLV, pág. 473). Por tal motivo su lanza es la ley, sus bríos son sus fuerzas, sostenidos por su voluntad de justicia.
Él tiene un ideal, y no duda en emplear aquellos métodos que estima oportunos para llevarlo a cabo. Don Quijote es un personaje con una vocación claramente definida y acatada. Es caballero andante porque quiere combatir, con enérgica voluntad, la acción perversa de los malos. Quiere ser un paladín de la justicia. Se aferra a sus ensueños y cree en ellos, como niño que juega con sus inventos. Procede, invariablemente, con lógica de caballero. "Su credulidad, que nos parece excesiva, es consecuencia de su confianza en la rectitud de los demás: como hombre de bien".6 Don Quijote es incapaz de proceder torcidamente, con engaño, de faltar conscientemente a la verdad, no supone que con el se obre de otra manera. Confía, ciego, en todos, porque los cree dotados de honor equivalente al suyo.
Don Quijote puso su vida al servicio del bien, al triunfo de la justicia y de su república, las más altas de las aspiraciones de un español de su época. Ese anacrónico caballero del ensueño, con sus armas desusadas, que transitó por los polvorientos caminos de Castilla en pleno Renacimiento, alzó su figura triste y macilenta, para ir tras el eterno ideal del hombre; imponer las condiciones de la paz y justicia, perdonar al humilde, y derribar al soberbio. Con su lema de desfacer toda género de agravios, que es reminiscencia del Parcere subjectis et debellare superbos, que Virgilio atribuyó al pueblo romano y don Quijote a los que ejercían la profesión de la ya desaparecida caballería andante.