La Vida es Sueño
"Aplaudid si he representado bien la comedia" Octavio Augusto
El concepto de la vida como un sueño es un tópico que ha acompañado al hombre desde que éste tomó conciencia de su temporalidad. Muchos son los registros de este tema que ha apasionado al ser humano en su intento por darse una explicación al drama de saberse mortal. Se dice que la Torá judía fue escrita gracias a las revelaciones (en sueños) que Iave les hizo a sus profetas, donde les dio identidad y reglas de comportamiento para las generaciones venideras. Pero quizá el más famoso sueño dentro de la cultura occidental sea el que tuvo la Reina Olimpia, esposa de Filipo Rey de Macedonia: “¿Qué significa el sueño que he tenido? –preguntó Olimpia a los sacerdotes del santuario- Significa que el hijo que nazca de ti descenderá de la estirpe de Zeus y de un mortal. Significa que en tu seno la sangre de un dios se ha mezclado con la sangre de un hombre”1. Gracias a este sueño, el mundo conoció las grandes hazañas y conquistas de Alejandro Magno, quien asumió íntegramente el papel que le tocó protagonizar en su época.
Lo anterior marcó el trayecto de la historia, pero la vida como un sueño es un tópico que ha despertado la inquietud del hombre también en la literatura. En Las mil y una noches está el cuento “El durmiente despierto”, que cuenta la historia de un comerciante que es adormecido (con una droga) por órdenes de un Califa, después es llevado a su palacio y ahí lo hacen creer a él, que es el amo de todo ese reino. Otro caso lo encontramos en los exemplu LIV de El Conde Lucanor: De cómo la onra deste mundo non es sinon commo sueño que pasa.
Cierto es, que no hay nada nuevo bajo el sol y que los modelos anteriores los pudo haber conocido Pedro Calderón de la Barca, para inspirarse en su obra, ya que en Las mil y una noches, en el exemplum LIV y en La vida es sueño aparece la misma estructura: a) un hombre es adormecido, b) se le lleva a un palacio y se le hace creer que él es el Rey, dueño y amo de ese lugar, c) se le regresa a su primitiva situación, d) el hombre piensa que fue un sueño lo anterior.
También es de suponerse que Calderón leyó El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ya que aquí Cervantes toca la misma temática:
“No entiendo eso –replicó Sancho-: sólo entiendo que en tanto que duermo ni tengo temor ni esperanza, ni trabajo ni gloria; y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar que quita el hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor y, finalmente, moneda general con que todas la cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto. Sola una cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia”2 (Segunda parte. Cap. LXVIII).
Como se ha tratado de hacer notar, la conceptualización de que la vida es un sueño, es una idea que se encuentra arraigada en el inconsciente colectivo del hombre, y que alcanza su mayor popularidad literaria con la obra homónima de Pedro Calderón de la Barca en la cual toma una forma específica y perfecta.
El mismo título es la clara aseveración del carácter ilusivo de la vida. De igual forma apunta la problemática del hombre del siglo XVII enfrentando con la dificultad de distinguir entre apariencia y realidad, equipado de medios engañosos para alcanzar la verdad y contando con una naturaleza finita para obtener una gloria eterna. Dice Calderón en la tercera Jornada (acto), verso 791: “acudamos a lo eterno”.
Esta obra es rica en simbolismo que explora el conflicto entre la razón y la pasión; es el itinerario espiritual del hombre en tres jornadas, como el proceso por el cual el individuo delibera de las tinieblas de la ignorancia hasta alcanzar la etapa de anagnórisis, o sea el reconocimiento de sí mismo, de sus errores, de Dios y del camino correcto a seguir.
La primera jornada, abarca claramente la primera de las tres etapas en donde resalta la ignorancia, la soberbia, la hipocresía, el temor, la ambición y la pasión. La segunda jornada, constituye el verdadero rito de paso, pero para el protagonista exclusivamente, dramatizado oníricamente. Y la tercera jornada, completa el proceso iniciado por Segismundo y somete a la segunda y tercera etapas al resto de los personajes.
En La vida es sueño, numerosos son los pasajes que ilustran las nociones de temporalidad que la vida en el mundo ofrece. Quizá el más ilustrativo sea el monólogo de Segismundo con el que finaliza la segunda jornada. Donde define a toda grandeza humana como pasajera, habla de la brevedad de la vida, y de que todo poder que el hombre puede esgrimir es tan sólo prestado: “Sueña el rey que es rey, y vive/con este engaño mandando,/disponiendo y gobernando;/y este aplauso, que recibe/prestado, en el viento escribe/y en ceniza le convierte/la muerte (¡desdicha fuerte!)” (II, escena IX).
Por lo anterior, la frase de Octavio Augusto antes de morir describe con exactitud el paso consciente del hombre por esta vida. El mismo Cervantes describe este paso de la siguiente manera: Dice Don Quijote “¿no has visto tú representar alguna comedia adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, el otro embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el simple discreto3, otro el enamorado simple; y acabada la comedia y desnudándose de los vestidos de ella, quedan todos los recitantes iguales.
-Sí he visto- respondió Sancho.
Pues lo mismo -dijo don Quijote- acontece en la comedia y trato de este mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y finalmente todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero llegando al final, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura” (Segunda parte, cap. XII).
La vida es sueño describe el corto reinado entre dos sueños del protagonista, y es justamente en su experiencia onírica donde Segismundo encuentra la clave de su vida espiritual. Su trayectoria ilustra ejemplarmente el proceso desde un estado infrahumano, hasta alcanzar un nivel casi angélico.
El sueño como técnica para la presentación de los valores vanos y verdaderos de la vida Calderón los patentiza a través de los siguientes pasajes:
“porque en el mundo, Clotaldo,
todos los que viven sueñan” (II. vv. 163-164)
“…que aun en sueños
No se pierde el hacer bien” (II. vv. 1159-1160)
“y la experiencia me enseña
que el hombre que vive sueña
lo que es hasta despertar.” (II. vv. 1168-1170)
“todos sueñan lo que son” (II. v. 1189)
“¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.” (II. vv. 1196-1200)
“Si es sueño, si es vanagloria,
¿quién por vanagloria humana
Pierde una divina gloria? (III. vv. 778-780)
Por el carácter ilusivo de la vida se entiende que lo eterno e inmutable de la verdad están separados de nosotros por lo temporal y cambiante de los fenómenos sensoriales. La vida ofrece deleites pasajeros pero también valores eternos. A los primeros sucumbimos por la debilidad de los sentidos en respuesta a los apetitos de nuestra naturaleza inferior. A los segundos nos enfrentamos por la claridad del entendimiento empujados por los ideales de nuestra naturaleza más elevada. Los deleites pasajeros hunden al individuo en una ficción bella pero muy peligrosa; la verdad lo somete a un desencanto duro pero sumamente tranquilizador.
Las técnicas para la representación de este carácter ilusivo de la vida son esencialmente dos, la teatral y la onírica. En la primera la vida terrenal aparece como farsa o comedia en la cual el individuo tropieza en su ensayo ante Dios buscando perfeccionar su representación para la conquista de la vida del más allá, la única verdadera. Asumir con éxito el papel asignado a cada hombre por el Creador o el Autor, es obrar bien, o sea en conformidad con nuestra naturaleza más elevada y en la medida que hacia Él ordenamos nuestra vida. Desgraciadamente, este papel teatral en la vida de cada uno consiste en la adopción de una cierta actitud y un cierto tipo de conducta que no son inmediatamente evidentes. Por el contrario, su descubrimiento presume un proceso de aprendizaje basado en el entendimiento, como un prólogo de un despertar en Dios, acompañado de la realización de nuestra impotencia y seguido finalmente de la muerte como único acceso hacia la vida eterna. Esto recuerda el poema de Santa Teresa Vivo sin vivir en mí: “Aquella vida de arriba,/que es la vida verdadera,/hasta que esta vida muera,/no se goza estando viva…” (vv. 43-46). Y en efecto, al caer el telón, el actor se desprende de su teatralidad, así como al morir se despoja al hombre de la individualidad de su existencia.
Por la visión onírica de la vida se entiende que ésta, en su totalidad o tan sólo en parte, aparece como un sueño. El individuo, sumido por su debilidad en los placeres materiales, vive una realidad ficticia, que si bien embriagadora es desechada como errática al despertar y enfrentarse con la realidad del mundo a su alrededor y dentro de él. Ese despertar es el desencanto al que el hombre es sometido al conocer la verdad.
Es el sueño que imparte a Segismundo esta lección que no hubiera podido aprender en el plano cotidiano de la vida. Lo onírico le proporcionó una nueva perspectiva de la realidad. Permitió un crecimiento y un reforzamiento de su conciencia. Su experiencia la capacitó para distinguir lo incierto y vano que es vivir atendiendo tan sólo a lo perecedero y temporal. O sea, que el sueño que al revelar una conducta desvirtuada lo introduce al mundo realmente grandioso de la verdad.
Thomas B. Irving menciona que para Segismundo la vida es un sueño, una ilusión, y la muerte es un verdadero despertar que ofrece más realidad que la vida. Para Hamlet, sin embargo, la vida es una verdadera pesadilla y la muerte ofrece un mundo lleno de angustias desconocidas. Pero ambos llegan a la misma conclusión acerca de la conducta del hombre en este mundo: dominar nuestras pasiones y guiarnos por la razón.
Calderón de la Barca retrata extraordinariamente como nadie el “pecado” del hombre del siglo XVII, que estribaba en creer en su experiencia sensible para la interpretación de la naturaleza humana, del mundo y de la vida: en creer en su propio yo para la conquista del universo y para lograr su perfección. De aquí que la realidad sea relativa, la interpretación sea personal, y el valor último del individuo sea atribuido a sus conocimientos mundanos. En esta concepción equivocada, el mundo parece ofrecer grandezas y glorias y proporcionar al hombre la confianza y el orgullo de ser su centro. Pero el hombre no encuentra satisfacción y seguridad, puesto que no reconoce la existencia de otra realidad de valores absolutos que le brindan la integridad de un sentido último.
Su experiencia del mundo inmediato sólo le proporciona engaño. En su vida no tiene más sustancia que la de una ilusión, en donde todo pasa como farsa. Al ignorar su lugar dentro del universo no aprecia sus limitaciones humanas para seguir una verdad divina. Al confiar en sí mismo como fuente del conocimiento, en vez de en la divinidad, y acercarse al mundo con su experiencia individualizada, en vez de hacerlo con la fe, la realidad aparece fragmentaria y múltiple. El hombre oscila constantemente entre diferentes niveles de realidad, con los conflictos de su personalidad incompleta.
Entre el caos y la armonía hallamos al hombre. Parece ser ésta la visión cósmica y dual de Pedro Calderón de la Barca. El cielo y la tierra se oponen en esta visión que se amplía en lo bueno y lo eterno por un lado y lo malo y lo perecedero por el otro. Sólo al final se libera de su mundo de ilusión, en el momento de la muerte. El hombre, en esta concepción filosófica-religiosa, vacila merced a la gran verdad que desea y al engaño de la ilusión que vive.
1 Máximo, Manfredi Valerio. Aléxandros, il figlio del sogno. Grijalbo. Barcelona. 1998. Pág. 17.
2 “Quies…simillima morti”(Eneida, VI, 522)
3 El bobo, con rasgo de inteligencia.