Equidad de Género, su Ausencia Milenaria

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Escrito por Rigoberto Martínez Becerril


Existen palabras, frases o conceptos que escuchamos tantas veces, en tantos lugares, de tantas personas, que nos resultan familiares, sin embargo, cuando nos preguntamos de forma consciente su definición, su contenido y su alcance, nos percatamos que ello no implica que conozcamos su significado.

Lo anterior me ocurrió con un tema que está en boga y que ha ocupado diversos foros de difusión y de discusión, me refiero a la “equidad de género”, por lo que considero pertinente realizar una serie de referencias a términos vinculados con nuestro tema en estudio, que nos permitan vislumbrar su concepto y así generar un punto común de partida.

Comenzaremos por señalar que se entiende por “equidad”. “El término equidad, deriva del griego “epieíkeia” y del latín “aequitas”, como la justicia, valor universal, aplicado a cada caso concreto. Es por lo tanto la concreción del valor justicia.”1

Otros consideran a la equidad como la cualidad que consiste en dar a cada uno lo que se merece en función de sus méritos o condiciones.

En conclusión, la justicia proclama que cada uno tenga lo que se merece, pero no habla de casos específicos. La justicia, entonces es abstracta y general, mientras la equidad es concreta y particular, razón que nos permite considerar a la equidad como la justicia aplicada de forma efectiva a un caso en específico.

Ahora, otro punto importante consiste en hacer un distingo entre género y sexo, separando lo que culturalmente se ha construido en relación con lo biológicamente dado.

El sexo designa características biológicas de los cuerpos, mientras que el género es el conjunto de características, actitudes y roles, social, cultural e históricamente asignados a las personas en virtud de su sexo. Según esta postura, mientras que la biología determina hasta cierto punto nuestra identidad, lo cultural es modificable en tanto que no es natural.2

“La cultura existe precisamente en cómo nosotros vemos, evaluamos e intentamos organizar el mundo alrededor de nosotros, incluyendo por supuesto, cómo vemos, evaluamos y organizamos la diferencia biológica”3 , por ello es que el género forma parte de la cultura que se construye sobre la diferencia biológica de los cuerpos (el sexo), la cultura edifica, incorpora, atribuye una serie de funciones o roles, significados y características específicas que estereotipan a hombres y mujeres, formando modelos de género hegemónicos, con base en los cuales se otorgan derechos y privilegios atendiendo al sexo, lo que genera en consecuencia desigualdades.

Ahora bien, por lo que respecta al concepto “Equidad de Género”, la Unidad de Igualdad de Género de la Suprema Corte de Justicia de la Nación la concibe como: “(…) una estrategia para lograr la igualdad entre los sexos a través de la justicia. Partiendo de la diferencia en oportunidades y derechos surgida de la asignación de roles sociales, establece mecanismos de compensación para lograr que hombres y mujeres tengan las mismas oportunidades, derechos y responsabilidades; acceso equivalente a los recursos, beneficios y servicios del Estado, y alcancen una distribución equilibrada de poder.”4

Por su parte, la Cámara de Diputados al abordar el tema la equidad de género, lo concibe como un “[p]rincipio que, conscientes de la desigualdad existente entre mujeres y hombres, permite el acceso con justicia e igualdad de condiciones al uso, control, aprovechamiento y beneficio de los bienes, servicios, oportunidades y recompensas de la sociedad; lo anterior con el fin de lograr la participación de las mujeres en la toma de decisiones en todos los ámbitos de la vida social, económica, política, cultural y familiar.”5

Otro concepto más lo encontramos en la página de Internet del Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje, que define a la equidad de género de la siguiente manera:

“El término equidad alude a una cuestión de justicia: es la distribución justa de los recursos y del poder social en la sociedad; se refiere a la justicia en el tratamiento de hombres y mujeres, según sus necesidades respectivas. En el ámbito laboral el objetivo de equidad de género suele incorporar medidas diseñadas para compensar las desventajas de las mujeres.

La equidad de género permite brindar a las mujeres y a los hombres las mismas oportunidades, condiciones, y formas de trato, sin dejar a un lado las particularidades de cada uno(a) de ellos (as) que permitan y garanticen el acceso a los derechos que tienen como ciudadanos(as).

Por ello, en un concepto más amplio, se alude a la necesidad de acabar con las desigualdades de trato y de oportunidades entre mujeres y hombres.”6

De lo antes expuesto, considero pertinente destacar que la Equidad de Género, más allá de si es un principio, una estrategia o un mecanismo, resulta trascendente en razón de su objetivo, el cual consiste en lograr la igualdad entre hombres y mujeres en cuanto a sus derechos, obligaciones, oportunidades, trato y poder de decisión a través de la justicia, mediante la eliminación de diferencias culturales (género) pero sin soslayar en ningún momento las diferencias biológicas (sexo).

La equidad de género busca abatir un problema culturalmente creado desde hace muchos siglos, pues atendiendo al sexo las distintas sociedades han asignado a los hombres y mujeres roles, espacios, estereotipos y estratos, que ha generado una clara desigualdad entre ambos, para muestra algunos ejemplos:

Carlos García Gual, en la introducción de su obra “Audacias femeninas”, nos relata el papel asignado a la mujer en el mundo griego clásico, de la siguiente forma:

“En la reclusión del hogar debe servir a la familia: obedecer al padre y luego al marido, tener hijos y criarlos y no alborotar. El silencio es el mejor adorno de la mujer, según afirman Tucídides y Sófocles. En esa servidumbre familiar pasa la vida oscura y resignada de las mujeres, a quienes están negadas las luces de la política y de la historia, que son asunto de hombres en la democrática Atenas. No son ciudadanas de pleno derecho; la ciudadanía es sólo de los hombres. Están ausentes de la asamblea, como del campo de batalla; ellas militan en el lecho matrimonial y en la casa”.7

Por su parte, uno de los grandes pensadores de la humanidad, Aristóteles, hace más de 2300 años, en el Libro Primero de “La Política”, al explicar los elementos de la ciudad como una asociación política, manifiesta que el origen de las ciudades comienza con la unión del hombre y la mujer, lo cual no es consecuencia de una determinación reflexiva, afirma, sino “… que la naturaleza les inspira como a los otros animales y aun a las plantas, el deseo de dejar en pos de sí otro ser que se les asemeja.”8

Continúa diciendo el filósofo estagirita, que: “También hay, por efecto natural y para  conservación de las especies, un ser que manda y otro que obedece; el que por su inteligencia es capaz de previsión, ese tiene naturalmente la autoridad y el mando; el que posee sólo la fuerza corporal para la ejecución, ese debe naturalmente obedecer y servir, de suerte que el interés del amo es el mismo del esclavo.”9

Aristóteles funda la sumisión de la mujer al hombre en la propia naturaleza, cuya reunión, de esclavo y amo, constituyó la familia, unidad primigenia de la ciudad como asociación política.

Lo brevemente expuesto nos permite advertir que en la sociedad griega eran los hombres quienes imponían el orden, lo mantenían y lo explicaban. Las mujeres están recluidas en el hogar y marginadas del ámbito público, de las decisiones colectivas y de cualquier actividad que les pudiera dar brillo. Su rol se explica por asignación de la propia naturaleza y su silencio es considerado una virtud.

Los estereotipos creados por las diversas sociedades los vemos claramente plasmados en instituciones jurídicas tan añejas como el matrimonio, al grado de ser considerado por William Thompson, físico y matemático británico, como un “código de esclavitud blanca”,10 en tanto que el matrimonio a comienzos del siglo XIX suponía que alguien (el hombre) tuviera poder legal sobre otra persona (siempre la mujer), al grado de convertirla prácticamente en esclava, pues la ley confería a una de las partes contratantes poder legal y control sobre la persona, la propiedad y la libertad de acción de la otra parte, resultando algo paradójico, pues siendo el matrimonio un contrato, entre cuyas características se encuentran la libertad de la voluntad de las partes y la existencia de una mutua contraprestación, el contrato de matrimonio no tenía en estos años ninguna de éstas características, siendo prácticamente un contrato de adhesión por virtud del cual la mujer era obligada a ser una esclava doméstica y sexual.

Lo anterior es corroborado por Kate Millet, en su obra “Política sexual”, en la que  refiere que a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, conforme a los derechos consuetudinarios que imperaban en Estados Unidos y en Inglaterra, el matrimonio suponía para la mujer “la muerte civil” -es decir, la pérdida de todos sus derechos- similar a la que padecen los reos al ser encarcelados. “La mujer casada no estaba autorizada a controlar sus ingresos, ni a elegir su domicilio, ni a administrar sus bienes que le pertenecían legalmente, ni a firmar documentos, ni a prestar testimonio. Su esposo poseía su persona como sus servicios, y podía –y, de hecho, lo hacía- arrendarla al patrono que se le antojase y embolsarse las ganancias.”11

En pocas palabras, el matrimonio para la mujer durante los siglos XIX y XX constituía una esclavitud legal, en tanto que mediante dicha figura jurídica se permitía su legítima explotación doméstica, patrimonial, laboral y desde luego sexual.

No obstante, pese a los estereotipos reinantes, en todas las sociedades siempre existen personas que luchan contra éstos, tal es el caso de John Stuart Mill, el famoso filósofo, político y economista inglés, que cuando iba a casarse con Harriet Taylor escribió:

“Estando a punto –si tengo la dicha de obtener su consentimiento- de entrar en relación de matrimonio con la única mujer con la que, de las que he conocido, podría haber yo entrado en ese estado; y siendo todo el carácter de la relación matrimonial tal y como la ley establece, algo que tanto ella como yo conscientemente desaprobamos, entre otras razones porque la ley confiere sobre una de las partes contratantes poder legal y control sobre la persona, la propiedad y la libertad de acción de la otra parte, sin tener en cuenta los deseos y la voluntad de ésta, yo, careciendo de los medios para despojarme legalmente a mí mismo de esos poderes odiosos, siento que es mi deber hacer constar mi protesta formal contra la actual ley del matrimonio en lo concerniente al conferimiento de poderes; y prometo solemnemente no hacer nunca uso de ellos en ningún caso o bajo ninguna circunstancia. Y en la eventualidad de que llegare a realizarse el matrimonio entre Mrs. Taylor y yo, declaro que es mi voluntad e intención, así como la condición de enlace entre nosotros, el que ella retenga en todo respecto la misma absoluta libertad de acción y la libertad de disponer de sí misma y de todo lo que pertenece o pueda pertenecer en algún momento a ella, como si tal matrimonio no hubiera tenido lugar. Y de manera absoluta renuncio y repudio toda pretensión de haber adquirido cualesquiera derechos por virtud de dicho matrimonio”.12

No obstante, pese a la concepción que del matrimonio tenía John Stuart Mill, quien lo llegó a equiparar inclusive con la prostitución, y su actuar igualitario respecto de la mujer que fue su esposa, Harriet Taylor, su visión no estaba exenta de estereotipos y no era lo suficientemente avanzada como para considerar que las mujeres debían tener participación en el mercado laboral, pues desde su óptica, netamente económica, duplicar la oferta de trabajo generaría la reducción de los salarios. Al respecto escribió:

“No es deseable cargar el mercado laboral con un número doble de competidores. En un estado de cosas saludable, el esposo sería capaz mediante su único ejercicio de ganar todo lo necesario para ambos, y no habría necesidad de que la esposa tomara parte en la provisión de lo que se requiere para sustentar la vida: contribuiría a la felicidad de ambos que su ocupación fuera más bien adornarla y embellecerla. Salvo en la clase de los jornaleros reales, ésa sería su tarea natural, si cabe denominarla así, que se cumpliría en muy gran medida siendo más que haciendo.”13

En cambio, Harriet Taylor Mill con una visión adelantada a su época, se pronuncia en torno a la igualdad entre hombres y mujeres de forma tal, que sus palabras pudieran perfectamente ser utilizadas hoy en día en cualquier discurso para justificar la necesidad de equidad de género.

“En el momento actual, en este estado de civilización, ¿qué daño puede causarse primero situando a las mujeres en la igualdad más completa con los hombres, en todos los derechos y privilegios, civiles y políticos, y luego eliminando las leyes relativas al matrimonio? Así, si una mujer tuviera hijos debería hacerse cargo de ellos, por lo cual no los tendría sin considerar cómo mantenerlos. Las mujeres ya no poseerían más razón que los hombres para cambiar su persona por pan o por otra cosa. Los cargos públicos les estarían abiertos y todas las ocupaciones se dividirían entre los sexos según sus acuerdos naturales. Los padres sostendrían a sus hijas del mismo modo que a sus hijos.”14

Los roles que en torno a la mujer y al hombre han forjado las diversas sociedades de distintos tiempos, fueron convalidadas por varios de los grandes pensadores de la historia de la humanidad como Sófocles, Aristóteles o John Stuart Mill, fortaleciendo estereotipos como aquél que establece que son los varones los que deben ser los proveedores del hogar, normas patriarcarles que se han encarnado en cada hombre y que van a tener su redefinición con el desarrollo de la sociedad industrial.

Efectivamente, los Estados benefactores de la sociedad industrial15 , entendida ésta como aquella en la que la industria es la forma predominante de producción, se centraban en el ideal del salario familiar, ya que las personas estaban organizadas en familias nucleares heterosexuales encabezadas por un varón, cuyo salario en el mercado de trabajo era la principal fuente de ingresos. El varón cabeza de familia recibía el salario familiar y la esposa era madre de tiempo completo sin remuneración alguna.

Así pues, con la revolución industrial y el surgimiento de las sociedades industriales, “[el] orden de género vinculado a la producción y a la reproducción se va a desarrollar en ámbitos separados: los varones comienzan a trabajar en mayor medida en las actividades fabriles, y dejan de lado así la producción rural familiar, mientras que las mujeres se van a ocupar mayoritariamente de la vida doméstica. Las categorías de producción y reproducción tienen mucha importancia en la constitución de relaciones de género: a partir de sus actividades productivas, los hombres pasan a ubicarse en el mundo público, y las mujeres, de la reproducción biológica, cotidiana y social, en el mundo privado. Sin embargo, estas tareas, al no ser consideradas con un valor monetario en el mercado y al permanecer fuera del mundo público, quedarán invisibilizadas.”16

La producción de los recursos económicos para la obtención de comida, abrigo y calzado corre por cuenta del varón, mientras que la mujer se encarga de la elaboración de los productos para ser consumidos por la familia, además de la crianza de los hijos, consolidándose un término vigente hasta nuestros días para denominar a las mujeres encargadas de la actividad doméstica, la crianza de los hijos y el mundo de los afectos: “ama de casa”.

Así, el género traduce la masculinidad hegemónica en tres elementos: fecundar, proveer y proteger, mientras que la feminidad se liga a engendrar, criar a los hijos y realizar las labores domésticas.

Algunos de los estereotipos y roles culturalmente asignados desde hace cientos e inclusive miles de años, tanto a hombres como a mujeres, hoy en día subsisten y en consecuencia, la equidad de género es más que nunca una aspiración que requiere de participación de todos para su concreción.

Al respecto, organizaciones internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha denunciado en publicaciones como: “Nuevo siglo, viejas disparidades: brechas de ingresos por género y etnicidad en América Latina y el Caribe”, que en la región, a pesar del crecimiento económico sostenido de los últimos años, existen grupos poblaciones que aún enfrentan alta desigualdad y débiles indicadores de bienestar, entre ellos las mujeres, afrodescendientes e indígenas.
 
De acuerdo con el estudio antes referido, el siglo XXI ha traído consigo cambios en cuanto al papel de las mujeres y los hombres. “Las decisiones de matrimonio, de educación y de trabajo han evolucionado y, como resultado, la visibilidad de las mujeres en casa, en la escuela, en los mercados de trabajo y en la sociedad ha evolucionado también. Sin embargo, tanto las mujeres, los afro-descendientes e indígenas enfrentan hoy en día importantes desafíos en los mercados de trabajo. Las disparidades (o brechas) de ingresos, así como la segregación ocupacional (o falta de oportunidad de desempeñar ciertos trabajos) y la segregación jerárquica (o falta de oportunidad de ascender a posiciones de mando) son comúnmente aceptados como la norma en los mercados laborales de la región.”17

En nuestro país, las desigualdades entre hombres y mujeres son múltiples y muy claras, por ejemplo: las mujeres mexicanas registran una menor participación en el mercado laboral que los hombres: según datos censales, en 1990 las mexicanas solo representaban el 22% de la fuerza laboral del país, y en 2010 llegaron a representar el 40% de la población económicamente activa.

No obstante y pese a que la incursión de las mujeres en el mercado laboral es cada vez más equitativa, una vez que se vuelven parte de la fuerza productiva padecen otra desigualdad, pues el salario que reciben es menor que el obtenido por los hombres por actividades similares. Un estudio de 2013 elaborado por El Colegio de México señala que: “en 2010 la brecha salarial se encuentra en 6% para todo el país, y en 8% para áreas urbanas”,18 aunque la brecha salarial es aún mayor para cuantiles bajos y muy altos, lo que sugiere efectos de “piso pegajoso”19 y “techo de cristal”.20

Por otra parte, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) advierte que las condiciones de pobreza en el país agudizan la desigualdad de género en México, puesto que en el estudio “Pobreza y género en México” del año 2012, se logra advertir que los hogares encabezados por mujeres presentan carencias alimentarias en una proporción mayor a los hogares que tienen a un varón como jefe de familia.  “Aún más, cuando la jefa del hogar se encuentra en situación de pobreza, la diferencia respecto a los hogares con jefatura masculina —también pobre— se agudiza (5.8 puntos porcentuales), duplicando a la que existe entre los jefes y jefas no pobres.”21

“Este mismo estudio muestra que el sexo de la persona declarada en la jefatura del hogar no necesariamente coincide con el sexo del perceptor principal de ingresos monetarios. Sin embargo, cabe hacer notar que las discrepancias son mayores cuando se trata de mujeres. Mientras que en ocho de cada diez hogares donde el perceptor principal es un hombre también se declara a un varón como jefe, la coincidencia entre jefas y perceptoras es de 75 por ciento. En cerca del 20 por ciento de los hogares donde se tiene a una mujer como jefa económica, se declara que es un hombre el que dirige a la unidad doméstica.”22

Por otra parte, de acuerdo con el estudio “El ABC en la equidad de género” realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), “… en México hay una brecha de género no sólo en los ámbitos laborales, sino también entre los estudiantes. Los resultados muestran que los niños tienden a desempeñarse mejor en matemáticas y ciencia, lo que deriva en un prejuicio y conlleva a que menos mujeres elijan carreras científicas.
 
Según el estudio, la autoconfianza es lo que permite que los estudiantes alcancen su potencial y evita que cedan ante la presión al momento de presentar un examen; por ello, es un elemento clave en el proceso de aprendizaje. Las niñas mexicanas, debido a que tienen un menor acceso a la tecnología propiciado en muchas ocasiones por lo padres, tienen mayores problemas de autoconfianza en su conocimiento de las ciencias y las matemáticas, lo que incide en su desempeño en las evaluaciones.
 
Las estadísticas de este estudio, apuntan que la expectativa en la sociedad mexicana es que el 27% de los hombres hagan algún tipo de programa de ingeniería o computación, mientras que sólo se espera que el 7% de las mujeres curse algún programa similar.”23

Por otra parte, la Encuesta Nacional sobre Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH, realizada en 2011), cuya muestra se conformó de 128 mil viviendas con representatividad nacional, rural-urbana y por entidad federativa, arrojó que el 46.1% de las mujeres mexicanas mayores de 15 años encuestadas reportaron haber sufrido violencia a lo largo de la relación con su última pareja.
 “El 42.4% de las mujeres de 15 años y más, declaró haber recibido agresiones emocionales en algún momento de su actual o última relación que afectan su salud mental y psicológica; 24.5% recibió algún tipo de agresión para controlar sus ingresos y el flujo de los recursos monetarios del hogar, así como cuestionamientos con respecto a la forma en que dicho ingreso se gasta.

El 13.5% de estas mujeres de 15 años y más, confesó haber sufrido algún tipo de violencia física que les provocaron daños permanentes o temporales. Los contrastes por entidad federativa son: el Estado de México con 15.5%, mientras que en Sinaloa alcanzó el 9.7 por ciento.

Las mujeres de 15 años y más, víctimas de violencia sexual cometida por sus propias parejas, representan el 7.3%; ellas declararon haber sufrido diversas formas de intimidación o dominación para tener relaciones sexuales sin su consentimiento.” 24

Aunado a lo anterior y que resulta más sorprendente aún, es que en cuanto a los roles sociales las mujeres de 15 años y más que en el último año previo a la ENDIREH 2011 manifestaron haber sufrido de violencia por parte de su pareja, expresaron lo siguiente:

  • El 29.0%  dijo estar de acuerdo en que “si hay golpes o maltrato en casa es un asunto de familia y ahí debe quedar”;
  • 16.8%  también estuvo de acuerdo en que “una esposa debe obedecer a su esposo o pareja en todo lo que él ordene”, y
  • 14.7% igualmente expresó acuerdo con “es obligación de la mujer tener relaciones sexuales con su esposo o pareja”.

Lo descrito brevemente en páginas anteriores, no son más que una pequeña muestra que explica la ausencia milenaria de la equidad de género, la cual no es casuística, sino causada por los estereotipos forjados y fortalecidos constantemente por las diversas sociedades, tanto por hombres como por mujeres.

Hoy, en el época en la que el ser humano se dice más que nunca defensor de sus derechos, en la época en que se ha conseguido la interconexión mundial a través del Internet, en la época de las tecnologías que se encuentran en constante evolución y que permiten ver como algo alcanzable la conquista de Marte, hoy, con todo lo anterior, aún no se ha conseguido acabar con pandemias mundiales como el hambre, la pobreza, la discriminación y la desigualdad.

Por lo anterior, tenemos un gran reto y compromiso social, ético y moral, que nos obliga a contribuir desde nuestros respectivos ámbitos a la consecución de uno de los fines más excelsos que podría tener el ser humano, la equidad de género.


FUENTES DE INFORMACIÓN

  • Bibliografía

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KABEER, N. Y SUBRAHMANIAN, R. “Institutions, Relations and Outcomes. A framework and case studies for gender-aware planning”, Londres, Inglaterra, Zed Books, 1996.
MELLIZO, Carlos. “La vida privada de J.S. Mill”, Madrid, España, Alianza Editorial, 1995.
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  • Estudios

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CONSEJO NACIONAL DE EVALUACIÓN DE LA POLÍTICA DE DESARROLLO SOCIAL. “Pobreza y Género en México. Hacia un Sistema de Indicadores”, México, Distrito Federal,  CONEVAL, 2012.

  • Páginas de Internet.

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http://deconceptos.com/ciencias-juridicas/equidad#ixzz3gi0Wo4GD
http://ediciones-sm.com.mx/?q=blog-En-M%C3%A9xico-aun-no-hay-equidad-de-genero-en-la-educacion-OCDE

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Referencias

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SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN. Unidad de Igualdad de Género. ¿Qué es sexo y qué es género?, consultado en: http://equidad.scjn.gob.mx/que-es-igualdad/

KABEER, N. Y SUBRAHMANIAN, R. “Institutions, Relations and Outcomes. A framework and case studies for gender-aware planning”, Londres, Inglaterra, Zed Books, 1996.

SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN. Unidad de Igualdad de Género. ¿Qué es equidad de género?, consultado en: http://equidad.scjn.gob.mx/que-es-igualdad/
                                                                                                                                     

CÁMARA DE DIPUTADOS. “Conceptos en materia de equidad de género”. Consultado en: http://www3.diputados.gob.mx/camara/001_diputados/008_comisioneslx/001_ordinarias/015_equidad_y_genero/001_equidad_y_genero

TRIBUNAL FEDERAL DE CONCILIACIÓN Y ARBITRAJE. “Conceptos básicos sobre equidad de género”, consultado en:  http://www.tfca.gob.mx/es/TFCA/cbEG  

GARCÍA GUAL, Carlos. “Audacias Femeninas”. Madrid, España, Editorial Nerea, 1991, p. 11.

ARISTÓTELES. “La Política”, Primera edición, París, Francia, Casa Editorial Garnier Hermanos, Traducción de Nicolás Estévanez, 1932, p. 3

Ídem, p. 4

Tomado de THOMPSON, William. “Appeal for the One Half of the Human Race, Women against the Pretensions of the Other Half, Men to Retain Them in Political and Thence in Civil and Domestic Slavery”, Nueva York, EE.UU., Source Book Press, 1970.

MILLET, Kate. “Política Sexual”, Madrid, España, Editorial Cátedra, 2010, p. 136

MELLIZO, Carlos. “La vida privada de J.S. Mill”, Madrid, España, Alianza Editorial, 1995, p. 64.

MILL, John Stuart y TAYLOR MILL, Harriet. “Ensayos  sobre la igualdad sexual”. Madrid, España, Ediciones Cátedra, 2001, p. 45.

STUART MILL, John y TAYLOR MILL, Harriet. Ob. Cit. p. 115 y 116.

Se conoce como sociedad industrial a la que surgió a mediados del siglo XVIII como consecuencia de la Revolución Industrial iniciada en Inglaterra.
Esta sociedad dejó atrás a las relaciones primarias, cara a cara, para organizar a las personas en un mundo donde la productividad fue el valor más deseado, siendo cada individuo un engranaje del sistema que reclamaba producir la mayor cantidad de mercancía posible en el menor lapso de tiempo. La vida se urbanizó y se dio paso a una economía de mercado.
Las máquinas exigían obreros que las usaran de acuerdo a la etapa de producción a ellos asignada, tornándose el trabajo monótono e impersonal.
 

DI MARCO, Graciela. “El pueblo feminista. Movimientos sociales y lucha de las mujeres en torno a la ciudadanía.” Buenos Aires, Argentina, Editorial Biblos, 2001, p. 155.

  BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO. “Nuevo Siglo, Viejas Disparidades: Brechas de ingresos por genero y etnicidad en América Latina y el Caribe.”, Consultado en: http://idbdocs.iadb.org/wsdocs/getdocument.aspx?docnum=37204140

ARCEO GÓMEZ, Eva O. y CAMPOS VAZQUEZ Raymundo M.“Evolución de la brecha salarial de género en México”, México, Colegio de México, 2013, p. 20.

Consultado en: http://cee.colmex.mx/documentos/documentos-de-trabajo/2013/dt20137.pdf

“Piso pegajoso” se refiere al obstáculo que tienen las mujeres para lograr una vida laboral y personal  con equidad, dado el papel de cuidado y de labor doméstica a las que se le ha relegado.

Por “techo de cristal” se entiende la limitación velada del ascenso laboral de las mujeres al interior de las organizaciones.

CONSEJO NACIONAL DE EVALUACIÓN DE LA POLÍTICA DE DESARROLLO SOCIAL. “Pobreza y Género en México. Hacia un Sistema de Indicadores”, México, Distrito Federal,  CONEVAL, 2012, p. 45.

Ídem. p. 35.

SM EDUCAR ES TODO. “En México, aún no hay equidad de género en la educación:  OCDE” consultado en: http://ediciones-sm.com.mx/?q=blog-En-M%C3%A9xico-aun-no-hay-equidad-de-genero-en-la-educacion-OCDE

INSTITUTO NACIONAL DE LAS MUJERES. Comunicado de prensa 41 - 16 de Julio de 2012 “EL INEGI E INMUJERES DAN A CONOCER LOS RESULTADOS DE LA ENDIREH 2011”. Consultado en: http://www.inmujeres.gob.mx/index.php/sala-de-prensa/inicio-noticias/645-el-inegi-e-inmujeres-dan-a-conocer-los-resultados-de-la-endireh-2011


 

 

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