No Reelección en La Sombra del Caudillo

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Escrito por Marco Aurelio Altamirano Juárez


A propósito de la denominada “reelección legislativa”, tan debatida en estos días en el Congreso de la Unión y teniendo como marco los festejos revolucionarios de este mes de noviembre, vino a mi memoria la célebre novela la Sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán y también el filme del mismo nombre de Julio Bracho, basado en la citada novela.

Por supuesto que existen algunas distancias de espacio y tiempo, pero no está demás rememorar algo de nuestro pasado para aquilatar el presente en su justa dimensión, ahora que por cierto se revive la vieja polémica federalismo o localismo, control del caudillismo local y un resurgimiento reforzado de un nuevo centralismo, decorado de caudillismos “nacionales”, de nuevo cuño o resucitados.

A los 23 años, en 1911, Martín Luis Guzmán participa en la Convención del Partido Liberal Progresista, lo que permite advertir que desde su juventud fue testigo de las voces anti reeleccionistas que brotaron del último tramo del gobierno del general Porfirio Díaz y, más aún, fue observador de la correlación de fuerzas que se generó en la campaña por la presidencia y la vicepresidencia en 1911.

Martín Luis Guzmán pudo dar cuenta de que las aspiraciones anti reeleccionistas habían nacido frágiles, pues en La Sucesión Presidencial de 1910, el propio Madero había propuesto que continuara el general Díaz en la Presidencia y él se integrara en la vicepresidencia. Es decir, la no reelección, no obstante ser ansiada por un amplio espectro de la clase política del país disidente al régimen, nació sujeta a ser negociada.

El principio anti reeleccionista se fortalece cuando el viejo general plantea que sea alguien más, distinto a Madero, quien ocupe la vicepresidencia. La sucesión de 1910, da como resultado una “nueva victoria” electoral para Díaz y, entonces, es cuando las fuerzas contenidas de un sector ciudadano se decide, mediante el uso de las armas, a convertirse en revolucionario.

Diversos personajes que participaron en los esfuerzos de Francisco I. Madero, en sus afanes, en sus logros y en sus fracasos, continuaban formando parte de la clase política en el período posrevolucionario de 1922 a 1927, durante el cual se desarrollan los acontecimientos que presenta Martín Luis Guzmán en La Sombra del Caudillo, novela que sirvió de base al filme del mismo nombre, producido por Julio Bracho, cuya presentación fue censurada cuando se iba a presentar por primera vez en el sexenio de Adolfo López Mateos.

Sólo quien protagoniza un movimiento disidente, armado, durante años, involucrado con sus principales líderes o caudillos, en el caso de la Revolución Mexicana, sabe lo que significa una causa, lo que implica el arraigo o la traición a los principios. Sólo quien lo ha vivido, sabe del desgaste y agotamiento que produce la batalla permanente, y de la sublevación del ánimo cuando se trastocan las conquistas logradas.

Por eso, Martín Luis Guzmán, al escribir su novela La Sombra del Caudillo, plasma un testimonio y una visión formada a lo largo de casi tres lustros, y resalta lo que en ese momento representó la matanza de Huitzilac de octubre de 1927: la corrupción de uno de los principios que originó La Revolución Mexicana, el de “no reelección”.

Tanto Luis Guzmán en su novela como Julio Bracho en su filme, muestran los indicios más violentos de un período posrevolucionario que devora a la misma Revolución. El triunfo revolucionario aún no se afianza y, sin embargo, empieza a mostrar indicios de cansancio.

Después de leer la novela y apreciar el filme queda la impresión de que en ese período de nuestra historia (1923-1927) reinó el caos. Quizá esa era la intención del escritor y no podía ser otro el resultado de la película.

Sin embargo, es pertinente hacer notar que ambos artistas tendrían elementos suficientes para rebasar las fronteras de la literatura y del séptimo arte, y penetrar en el intrincado mundo de las formas, de las orientaciones ideológicas, y de las definiciones políticas en el momento de la creación. No podría ser de otra manera, ya que el hombre es un ser subjetivo, por más que intente la objetividad.

Al comparar los textos de la película con los de la novela, y a su vez insertarlos en la perspectiva de los hechos históricos registrados, no necesariamente reales, podemos encontrar semejanzas y diferencias.

Estos acercamientos o distancias en los contenidos pueden entenderse entre novela y película como una exigencia profesional y de producción de Julio Bracho. Sin embargo, en el caso de Martín Luis su obra refleja una generalidad en el período 1923-1927 y, específicamente en el caso de la tragedia de Huitzilac, se muestra su visión de los hechos, los cuales no habían sido plenamente dilucidados, cuando el escritor ya los utilizaba para completar sus escritos previos sobre ese período, que quizá redactó con mayor serenidad, fuentes más consolidadas, y con su testimonio directo, sino es que anecdótico y vivencial.

Resulta conveniente, para beneficio de la mayor objetividad posible, precisar que La Sombra del Caudillo, novela inspiradora de Bracho, no es “simple literatura”, sino que forma parte de un movimiento literario que se identifica como la novela de la revolución y, en este sentido, también es novela política, porque aborda asuntos relacionados con el poder, en este caso, con el eje De La Huerta-Obregón-Calles, que son parte de una familia revolucionaria que aspira a beneficiarse de las conquistas revolucionarias.

Así, en mi concepto, Luis Guzmán no fue sólo un escritor, sino un escritor político. Así, Julio Bracho no fue sólo un productor de cine, sino un productor de cine con orientación política que por el sólo hecho de producir un filme en un espacio y tiempo determinado con apoyo-desapoyo oficial, en 1960, en el período presidencial de Adolfo López Mateos, viejo anti reeleccionista y vasconcelista, toma parte y se inclina por una corriente anti revolucionaria, aún inconscientemente, aún sin desearlo, si es que este supuesto pudiera comprobarse en beneficio de Julio Bracho, el artista.

Pero ¿podríamos decir que el efecto del filme no fue previsto? ¿Podríamos afirmar que los recuerdos de juventud del viejo Bracho de 1960 ya no incluían la erosión del patrimonio familiar a causa del movimiento revolucionario? ¿Podríamos señalar, sin error, que su encanto por la novela en 1933 no provocaba la misma pasión en 1959-1960? ¿Podríamos afirmar, sin faltar a la verdad, que Don Julio no experimentó un reconocimiento e, incluso, reivindicación durante el sexenio de López Mateos? ¿Podríamos indicar que esta película fue Arte Puro, sin ninguna significación para la vida política del momento? ¿Podríamos dejar fuera de análisis que la película se inserta en una cadena de acontecimientos dirigidos a cuestionar y denostar a la revolución mexicana y a la clase política gobernante surgida de ella? ¿Podemos analizar la película sin considerar estos elementos? ¿Debemos ver en Don Julio al productor de cine a secas? ¿Pudo el productor haber resaltado en la película otros hechos de la novela, sino más edificantes, por lo menos, no tan destructivos de la imagen de la revolución?

Me parece que las anteriores son algunas interrogantes que es necesario tomar en cuenta para disminuir el grado de sesgo de toda investigación histórica, ya sea directa sobre los hechos, o ya sea indirecta, como es el caso del estudio del filme de Julio Bracho.

Las novelas como el cine de la revolución no deben verse como creaciones artísticas desvinculadas de la realidad, sino como superestructuras que, aun sin quererlo, sirven a la legitimación o deslegitimación de hechos, comprobados o no.

Por una afición personal, por una fobia, o por necedad, no se puede dejar de analizar la obra de Julio Bracho, ni la de Martín Luis Guzmán, ni la de cualquier otro artista o realizador sobre temas políticos, sin la perspectiva que proporciona la ciencia política. Es decir, sin perder de vista que nos encontramos frente a un caso de análisis histórico, éste bien puede complementarse con una visión politológica, de otra forma, el resultado del análisis sería inconsistente.

Tanto Luis Guzmán como Julio Bracho, en formas e intensidades distintas, participaron de los beneficios y perjuicios del sistema político mexicano. ¿Acaso no se imprime indeleble en la mente el asesinato de los amigos o camaradas?

O bien, ¿acaso no permanecen grabados en la memoria, el encierro, la traición del compañero de batallas, la pérdida del patrimonio, la estancia en España, el derribo de la dictadura española, las comisiones especiales, la censura a las ideas…? 

La Sombra del Caudillo, es la sombra no de un general en particular, sino de una comunidad de aprendices de caudillo, que tienen muy pocos ejemplos que seguir distintos a los existentes. El caudillo de la película se observa como un personaje omnipresente, pero éste no existiría sin el conjunto de dóciles comparsas o de “valientes” generales disciplinados a los usos y costumbres que no se presentaron por generación espontánea de 1923 a 1927.

Estos usos del poder, en particular el caudillaje, se gestaron durante la lucha incesante por reafirmar nuestra nacionalidad y dignidad como pueblo, en el silencio y en la acción de las masas, ante la insuficiencia de la razón, frente a la inexistencia de valores democráticos, ante la incapacidad para mantener el progreso de México.

Los caudillos, en este caso, de la revolución mexicana, fueron los hombres providenciales, los hombres fuertes del momento en los que se concentraba una esperanza para mantener o cambiar la situación del momento.

Los movimientos en contra de las realizaciones revolucionarias plasmadas en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos han sido organizados, intensos, variados, frecuentes, sino permanentes, y entre los saldos de la lucha revolucionaria se encuentra terreno fértil para inconformarse un siglo y más…

La Sombra del Caudillo, novela y filme, muestra una revolución que desembocó en lo que más había combatido. Los revolucionarios, sólo hasta entonces, con más fuerza en octubre de 1927, comprendieron por qué Díaz, el Héroe Nacional, prefirió la paz a cualquier costo, como premisa para el orden y el progreso.

En condiciones institucionales el Sistema Político Mexicano siempre se ha reproducido a sí mismo, tal cual es, y para transformase ha sido necesaria la ruptura entre los elementos que lo componen. Esa es la condición. No puede haber cambio sin ruptura. Siempre hay ruptura. Lo que sucede es que, a veces, la ruptura se ahoga en el ruido, en el silencio o, simplemente, se contiene en beneficio de una causa superior.

A más de un centenario de sufragio efectivo, no reelección todavía se escuchan voces en el ambiente que promueven la reelección, con el pretexto o aparente consuelo de que no sea inmediata, ni para la elección de presidente de la República. Vale decir que un sector de nuestra clase política no ha aprendido de la historia… o simplemente ignora cómo se han forjado y cuánto han costado nuestros avances democráticos…

 

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