Presencia Inmortal de Ignacio Ramírez

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Escrito por Marco Aurelio Altamirano Juárez


“Yo, para hablar de Ignacio Ramírez, necesito purificar mis labios, sacudir de mi sandalia el polvo de la musa callejera, y levantar mi espíritu a las alturas en que se conservan vivos los esplendores de Dios, los astros y los genios”.

Guillermo Prieto, en
Memorias de mis tiempos

En el México del siglo XXI aún se siente la presencia inmortal de Ignacio Ramírez, quien desde su más temprana juventud, mostró su vocación por las ciencias y por las artes, así como un espíritu reformador y renovador para edificar, milímetro a milímetro, la Patria Mexicana, y trazar el camino por el que todavía hoy transita hacia el porvenir.

Ignacio Ramírez, El Nigromante, nació el 22 de junio de 1818 y, después de una vida luminosa, partió un 15 de junio de 1879, para vivir por siempre en el corazón encendido de nuestra Patria y seguir iluminando a las generaciones venideras.

Cuando en 1934 Valentín Gómez Farías, fundador de la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística, dicta lo que pudieran considerarse los primeros antecedentes de las Leyes de Reforma, contó con la mano de un joven de 16 años: Ignacio Ramírez, hijo de Lino Ramírez, quien para algunos fuera el último insurgente de la Independencia y quien, con su ejemplo, no dudó en formar a su hijo, desde temprana edad, como un soldado de las ideas y las artes para combatir todo tipo de opresión y esclavitud.

En 1879, cuando fallece el prócer, nos dice Emilio Arellano, entre los papeles dispersos de su escritorio, se encontraba un proyecto para esa Benemérita Sociedad de la cual Ramírez, en aquellos días, era su Presidente. Esta Benemérita Sociedad fue principio y fin de la vida creadora de El Nigromante.

Su vida fue de lucha, de crítica a las viejas estructuras, de iniciativas y realizaciones en todas las áreas de la vida social. Fue abogado, orador, educador, filósofo, escritor, periodista, ensayista, poeta precursor del modernismo, humanista, crítico, naturalista, físico, biólogo, paleontólogo, Diputado constituyente, y varias veces Ministro, cuatro de ellas simultáneamente.

Cuando Ramírez llegó a la Academia de Letrán afirmó:

“Dios no existe, las cosas se sostienen por si solas”.

En ese momento, la intolerancia y la incomprensión de sus enemigos no alcanzaron a comprender el papel de El Nigromante. Sin embargo, Justo Sierra señala su verdadera intención:

“… su propósito era escandalizar para conmover y despertar a los pueblos dormidos; hacía exactamente, y no tanto en el sentido material como en el moral, lo mismo que los misioneros con los ídolos indígenas: romperlos, arrojarlos a los teocalis y luego exclamar: “Ya veis como no se defienden, cómo no cae del cielo fuego sobre mi cabeza”.

En este punto en particular debemos ver a Ignacio Ramírez como el filósofo que concluía que la metafísica corrompía a la juventud; como el estudioso que comparaba al “Tao” con el “Dios” de los teólogos; como el poeta que, a partir de la emoción, reafirmaba al pensamiento científico cuando mostraba los límites del principio divino:

Ni pesadillas me dará un cuidado,
ni espantará mi sueño voz odiosa,
ni todo un Dios me volverá a la vida.

Pero también, desde las alturas de la filosofía, podemos encontrar en su discurso cívico pronunciado el 16 de septiembre de 1861, en memoria de la Proclamación de la Independencia, un íntimo y, a la vez, público sentimiento de afirmación:

“Dijo Dios: -Sea la luz-, y la luz apareció brotando por todos los poros del universo…
fulminante, tremenda, como un volcán sin límites…”.

Así es como Ramírez sacudió la vida social de su tiempo y, con ello, logró que se avanzara la gran obra constructiva y radical del siglo XIX. Como diría uno de sus contemporáneos, el polvo que levantaba su piqueta, era el advenimiento del mundo nuevo.

Y en ese mundo nuevo su obra fue prolífica, variada, intensa, dejó huellas profundas que le sobreviven. Al analizar, por ejemplo, los registros que diversos estudiosos han hecho de su obra en diversas fuentes, entre las que se encuentran las familiares, encontramos como ejemplo las siguientes aportaciones: garantías individuales en la Constitución de 1857; proyecto de leyes de reforma; proyecto para emancipar a Cuba de España, el cual fue entregado a José Martí; ley de Hipotecas y Juzgados; proyecto de la Academia de Bellas Artes; 436 manifiestos en contra de los abusos de poder, la tiranía y la reelección de diversos personajes; más de 1,000 artículos de contenido político; 235 ensayos políticos sobre hechos del período de 1840 a 1878; 137 discursos políticos; 370 bosquejos de personajes, plantas y objetos; 95 fotografías tomadas a su familia y amigos; 60 comedias y sátiras políticas; 66 poemas patrióticos; y diversos diarios como El Correo de México, Don Simplicio, Themis, Deucalión o La Chinaca, éste último creado para combatir la intervención francesa.

Además, formó observatorios; estableció gabinetes en la Escuela de Minas; montó galerías de pintura para la Escuela de Bellas Artes; fundó una biblioteca en Puebla y organizó la Biblioteca Nacional de México; reformó los sistemas de enseñanza y expidió nuevos planes de instrucción pública suficientes para las necesidades de la época; difundió el conocimiento; estableció pensiones para necesitados; reivindicó los derechos de los trabajadores como, por ejemplo, una alimentación abundante, reposo fisiológicamente necesario, mejoría de sus condiciones de vida y ocho o diez horas de ocupación; promovió la igualdad de garantías entre extranjeros y mexicanos (con la sola excepción formulada en el artículo 33 de la Constitución); propició la inmigración de personas y capitales, señalando importantes franquicias a quienes adquiriesen terrenos para trabajos agrícolas; estableció concursos de obras dramáticas; visualizó a septiembre como el mes cívico en el que habrían franquicias aduanales para los efectos mexicanos, exposiciones, concursos, diversiones gratuitas, fiestas cívicas, entre otras actividades; estableció reglas para impedir la tala de nuestros montes; promovió acciones para tomar posesión efectiva de los terrenos baldíos para cultivarlos; y firmó la concesión para construir el ferrocarril entre Veracruz y México.

Cabe mencionar que también apoyó a los estudiantes indígenas con iniciativas, como aquella en la que el mejor alumno de cada Municipio del Estado de México estudiaría en el Instituto Literario de Toluca. Al respecto, diversos biógrafos narran una anécdota:

“Entre aquellos que asistían a su clase como oyentes, ganados por el interés de sus palabras, un muchacho indígena permanecía humildemente sentado en el quicio de la puerta. Alguna vez pretendieron impedírselo, por ser alumno de cursos inferiores; pero Ignacio Ramírez lo invitó a entrar. Fue, desde entonces, su mejor discípulo: se llamaba Ignacio M. Altamirano”.

Ramírez promovió la desespañolización de México, porque en aquellos momentos la consideró necesaria para reafirmar la identidad nacional. Sobre este tema, el Semanario Ilustrado, en 1868, da cuenta de un intercambio de posiciones con el célebre Emilio Castelar, quien al final, le envió un retrato con las palabras siguientes:

“A D. Ignacio Ramírez, recuerdo de una polémica en la que la elocuencia y el talento estuvieron siempre de su parte. El vencido.- EMILIO CASTELAR”.

Las ideas, palabras y acciones de Ignacio Ramírez le merecieron el repudio, la persecución, la difamación, la calumnia y la prisión en Tlatelolco, en Tlaxcala y en el Castillo de Ulúa, entre otras, por parte de aquellos que lucraban y, aún lucran, con la ignorancia, la miseria y el sentimiento divino.

Por eso, el día de hoy, cuando seguimos siendo testigos de la intervención eclesial en la vida pública de México; cuando diversos funcionarios de los tres niveles de gobierno aún pretenden establecer un contubernio entre la política y la religión; y cuando en el ejercicio mediocre de la función pública se invoca el principio divino para obtener autoridad y ganar adeptos; nosotros confirmamos la vigencia de las ideas de El Nigromante y, en reivindicación de su memoria, declamamos un fragmento del poema El Amor que nos heredó aquel visionario:

Hoy de mí mis rivales hacen juego,
cobardes atacándome en gavilla,
y libre yo mi presa al aire entrego;
al inerme león el asno humilla...
Vuélveme, Amor, mi juventud, y luego
tú mismo a mis rivales acaudilla.

En esta hora en que la Patria Mexicana se debate una vez más por establecer el Orden en el Caos y en la que hacen falta  hombres que conduzcan acertadamente los destinos de nuestro país, son oportunas las palabras de Justo Sierra:

“No son los hombres de pensamiento puro, por elevado, por trascendental que sea, los llamados a personificar estos momentos vertiginosamente acelerados de la evolución social… sino los hombres que tienen como cualidad suprema el carácter, la inquebrantable voluntad; sin los Lerdo, sin los Ocampo, sin los Ramírez, las revoluciones no son posibles…”.

Ahora que nos dirigimos al Centenario de la Promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, Ignacio Ramírez, en su ensayo La Constitución, nos deja un pendiente:

“… tiene la nación una necesidad más imperiosa, un compromiso para con ella misma y para con todos los pueblos del mundo; y es reducir a la práctica esa constitución…”.

 

Y después de que hayamos conmemorado ese centenario, ahora, el 22 de junio del 2018 estaremos celebrando el bicentenario del natalicio de Ignacio Ramírez: el escritor, el periodista, el pensador, el político, el filósofo, el masón, El Nigromante… el perseguido, el proscrito… el hombre cuya vida y obra, por más que en algún tiempo se le haya intentado reducir y contener, no hace sino filtrarse por los poros de la Patria para permear el presente y el futuro de México.


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