La importancia del escuchar como posibilidad del diálogo

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Para poder dialogar es necesario algo que siempre se da por supuesto: el escuchar. La presente reflexión se centra precisamente en dicha “aptitud”, en la importancia que tiene el aprender a escuchar como punto de partida del diálogo y, con ello, de la convivencia tanto entre los individuos como entre las culturas.

Carlos Lenkersdorf señala, en su escrito Aprender a escuchar, que las lenguas se componen de dos realidades, el hablar y el escuchar;1 sin embargo, en la civilización occidental ha predominado el hablar y se ha dejado de lado el escuchar, hecho que no ocurre, por ejemplo, en la comunidad tojolabal, una etnia indígena de México. El autor en comento se sirve de la visión de dicho pueblo para evidenciar la importancia del escuchar y las consecuencias benéficas de dicha “disposición” para la constitución de una verdadera comunidad.

En el idioma tojolabal para el término lengua o palabra existen dos conceptos: ‘ab’ al y K’umal, el primero significa lengua o palabra escuchada y el segundo lengua o palabra hablada.2 Dicha noción genera una idea distinta del mundo, es decir, denota no una cosmovisión diferente a la occidental, sino una cosmoaudición única.3 Así, el enfatizar en el escuchar posibilita no sólo prestar atención a lo que se oye, sino que el tener disposición para escuchar al otro hace posible el diálogo, en el cual se da una especie de emparejamiento entre el que habla y el que escucha, es decir, la escucha empareja a los dialogantes.

Ese escuchar, en este sentido, su sentido, nos prepara para percibir a fondo al otro, y trasladando el escuchar a otra cultura, nos permite entenderla e interpretarla, porque nos da la pauta para, de alguna manera, participar de ella desde su punto de vista y aprender de ella.4 Desde esta perspectiva, es un escuchar-entendiendo, pues se logra percibir la realidad de los otros, de otra cultura.

Ahora bien, ese énfasis en el escuchar, presupone en la forma de vida de los tojolabales un concepto fundamental, el nosotros. Así se entiende que desde esta visión del mundo no predomine el yo. Esta comunidad, parte de la realidad del nosotros,5 lo que implica que ellos realmente escuchan y que su forma de recortar el mundo es menos egoísta, más comunitaria.

Pero para escuchar realmente, como los tojolabales, es necesario un acercamiento, ya que esa disposición “exige ante todo que nos acerquemos a la persona o a las personas que queremos escuchar y que nos escuchen”,6 para hacer tangible ese nosotros, lo que implica reconocer al otro y concederle importancia y respeto, disposición que provocaría sentirnos hermanados con él.

En este sentido, desde la perspectiva de Lenkersdorf, el escuchar es uno de los pilares del diálogo, ya que nos acerca al otro al escucharlo para que lo entendamos y lo reconozcamos en su dignidad. De este modo, el escuchar es la puerta del diálogo que, a su vez, es el fundamento de la convivencia, porque al escuchar en el diálogo, nos emparejamos con el otro que nos habla y que nos escucha.7 En esa relación donde escuchamos y dialogamos, nos emparejamos porque nos ponemos al mismo nivel y, evidentemente, esto sólo es posible en la medida en que los dialogantes nos escuchamos mutuamente, de otro modo no es posible llevar a cabo un verdadero diálogo.

Ahora bien, si entendemos que la comunidad política, siguiendo a Villoro, es aquella asociación que se basa en sentimientos de afecto, en lazos de cercanía, en la cual la participación en ciertas creencias dan sentido a la vida y en la que ninguna voluntad particular se impone sobre el todo,8 para que exista una comunidad auténtica sería necesario que sus usos y costumbres permitieran la cercanía entre sus miembros y, así, la disposición al diálogo y al consenso, lo que únicamente se logra mediante el auténtico escuchar. Pienso que justamente por esta razón, el mismo Villoro señala como ejemplo de una comunidad en donde predomina la igualdad entre sus miembros a los tojolabales y, por eso, de cierta forma elogia su vida política, en la cual se muestra la intersubjetividad en acto,9 el escuchar, el diálogo, el consenso, es decir, se evidencia que ellos sí son una auténtica comunidad.

Me parece que la importancia del escuchar como posibilidad del diálogo y, en última instancia, como punto de partida para una convivencia armónica que construya una verdadera comunidad no se debe quedar únicamente en las relaciones entre personas de una misma sociedad, es menester trasladar dicha visión al multiculturalismo predominante en la actualidad, para que a partir de estos principios que son tan valorados por algunos pueblos indígenas encontremos la forma de acercarnos a otras culturas, dialogar con ellas, tratar de entenderlas y respetarlas, sólo así será posible llegar a consensos fructíferos, evitar malos entendidos, para vivir armónica y solidariamente.

Desafortunadamente el ejemplo de los tojolabales no es algo que predomine en nuestro territorio, la mayor parte de la población hemos olvidado o simplemente nunca aprendimos a escuchar al otro, lo que ha imposibilitado un diálogo fructífero, una convivencia armónica, e incluso ha ocasionado escenas trágicas en el día a día del país. Un ejemplo actual sobre las consecuencias de no saber escuchar a los otros es lo sucedido, hace unos cuantos meses, en el estado de Puebla, lugar en donde fueron linchadas dos personas porque se creyó que eran secuestradores, cuando en realidad se dedicaban a hacer encuestas. La multitud enardecida no escuchó ni siquiera a la niña que había sufrido el conato de secuestro, aún cuando ella señalaba que los dos hombres que perdieron la vida no eran los sujetos que habían intentado secuestrarla. Sirva esta tragedia para evidenciar las consecuencias que desata la falta de escucha en una sociedad.


 

Referencias:

* Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México.

1 Lenkersdorf Carlos, Aprender a escuchar, Plaza y Valdés, México, 2008, p. 12.

2 Ibídem, p. 13.

3 Ibídem, p. 21.

4 Ibídem, p. 25.

5 Ibídem, p. 37.

6 Ibídem, p. 41.

7 Ibídem, p. 43.

8 Villoro Luis, El poder y el valor, FCE, México, 1997, p. 365.

9 Ibídem, pp. 360-370.

 

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